miércoles, 23 de febrero de 2011


Mientras la agonía...





                                                                 por Carlos Mamonde

…esa mujer de blanco es Ada o es mamá madre siéntate aquí no dejes que me
inyecten más que me duele tanto mírame los brazos estoy sangrando parece que sangrara tengo los brazos y las piernas como ramas secas quemadas por dentro por esos tubos que me ahogan el pecho pero cómo has llegado hasta aquí a verme desnuda y boca arriba que vienes de la iglesia dices  ¿es la iglesia de Todos Los Santos aquella que se ve por la ventana?... Adita quédate… siéntate con mamá también siéntense todos juntitos y digan nos quedamos digan nos quedamos todos al ladito de Luisa para que no se muera y quítenme estas agujas y salgamos y volvamos ya mismo al pueblo… nos vamos todos caminando cantando lo que se nos ocurra si ya se que canto mal madre si usted tiene buen oído... siempre lo tuvo cantando y diciendo adivinanzas como cuando éramos chicos pero ayúdenme a voltearme me duele... todo el tiempo boca arriba... vamos saliendo despacito para que no  nos vean schssss despacito despacito schssss...nos vamos para el pueblo recuerdan todos dónde queda el pueblo...allí estará papá esperándonos...si...solo en la soledad del pueblo...tan lejos…en un país del fin del mundo queda lejos pero vamos viajando hacia la frontera norte...  hacia los cerros, vamos...Atravesando el desierto y la ceguera albina de las Salinas Grandes comienza el territorio de Todos los Santos. Una planicie quemada que levanta al cielo sordo los candelabros  de sus cactus muertos, si escoramos hacia el rumbo de Chile,… hacia las crestas de los Andes con el nevado que relumbra cuando el sol se pone... los valles negros van subiendo como una escala hasta las cumbres de hielo y en los oscuros bajíos hay aldeas y pueblos perdidos atados a la vida por un hilito   de agua… tengo sed hermanos darme agua…agua… el hilito que me entra por las venas no es agua no crean que eso es agua denme un hilito como del agua de los valles...Valles encajonados al pie de los cerros enlutados fluyen fuentes temblorosas y mezquinas y el tiempo se remansa con el agua se queda haciendo ondas para siempre y se habla poco…… y las caras de los
vecinos campesinos son caras como la mía… son un espejo de las arrugas de la tierra...En uno de esos sitios olvidados, más allá de Sanagasta subiendo hacia las ruinas indias de Huaco está la  casa pequeñaja de la calle Ancha las
cortinas gruesas que tejimos filtran toda la luz poco a poco voy viendo menos es como si me fuera quedándome ciega por favor denme la mano que me voy
oscureciendo boca arriba y las ventanas están siempre entornadas en la casita
pero es inútil el bochorno asfixiante del verano  abrasa todo quema la piel y la
carne que está abajo...Sentadas en el punto más umbrío de la siesta Ada y Luisa miran cansinamente cómo vuela una mosca,… Luisa mira también a sus hermanos, casi ancianos ya como ellas... desvencijados sobre un óseo camastro...  desvencijada su carne....zumba el insecto y nada más suena en los oídos de aquellos  seres --acaso el odio apenas--... Luisa atarantada por el calor se escapa un momento de la escena por la fisura de los recuerdos...escucha atenta el goteo miserable del tiempo y recuerda...y recuerda......alucinada y sólo para sí, escucha las risas y vocinglería de una fiesta campesina en el pasado. Es el exaltado día de la Virgen lugareña en esa aldea donde ha vivido toda su
existencia. Rostros que pasan, giran, ríen, bailotean en el aire del valle. 
Luisa se mira el cuerpo en el pasado y sonríe y se palpa la carne virgen. En la
anacrónica imagen, la viste una camisa celeste cosida por ella misma. Tiene
veinte años novísimos y está radiante y un poco ávida y abierta a toda búsqueda.
Así camina; así actúa...aunque nada comprende y nada sabe: beatitud extrema......después de mirar ansiosa la multitud de caras, ese vértigo, lo encuentra a él, por fin, entre los otros. Viene caminando entre el aura de su sonrisa. Se ve muy lindo ese muchacho,  tan joven como ella. Luisa espera que
Antonio, al verla, busque acercársele, busque cortejarla como ansía. Pero el
hombre no la mira. Acaso nada mira, encerrado como ella en lo pétreo del
cuerpo......y, en el momento vertiginoso de su herida y de su desconsuelo, nadie estuvo a su lado. Fue cuando Luisa buscó donde no debía y le confesó aquellos deseos a su hermana. Y Ada, entre el estallido del  pánico y los celos, se lo contó todo a su madre –que tenía el corazón aterido- y la madre se lo dijo al padre y......Luisa, traicionada, se quedó muda, alucinada. Porque salvo los estallidos de ira, desde aquella tarde ya estaría muerta su alma para siempre.
De modo que no reaccionó ni se rebeló cuando escuchó las grandes voces, de sus hermanos y de Ada –como ángeles soberbios escupiendo el fuego de su excitación y su vergüenza-; de su madre que sonreía acariciando el próximo placer y, resonando sobre todos los chillidos, el graznido ebrio del padre. ¡. ..Puta, ven...sal fuera de la casa...aquí estamos esperándote: maldita seas, hija
malparida!...   Cuando llegó al centro del patio, bajo la penumbra maligna de la higuera, fueron los hermanos los primeros en abofetearla, como cumpliendo un rito, y Ada y la madre reían y el padre la azotó con el látigo, dejándole morados los hombros y las piernas. Y el hombre le gritó que se quitara
la camisa y Luisa, como una  autómata, lo hizo y saltaron sus dulces pechos
humillados ante los ojos de las bestias y cuando arreciaron los golpes, sus
pezones se pusieron duros, como en el extraño momento del amor, que ya nunca
conocería… salvo por la sutil  vecindad del pánico...                      
...fue él, mi padre, quien –poco antes de desaparecer- me pidió que lo hiciera...yo era tan pequeña entonces que apenas pude acaso comprender lo que me pedía...algo atisbé cuando comencé a observarlos a mi madre y a él cuando gritaban, en los lindes de la era, cuando se afantasmaban bajo la luna y bajo sus pies la tierra negra de la era  inusitadamente fresca, como mi pelo bajo la lluvia...él seguía buscándola a mi madre; la había buscado desde que fueron unos críos y el la acechaba, se atrevía, escondiéndose detrás de los pedregales y los troncos secos que orlan el valle y siguen delineándolo cuando ya no es más  valle sino apenas víbora que serpentea entre arduas paredes de quebrada...él se atrevía por ella, se atrevía a la muerte que sonreía en el ojo ciego  de la escopeta de mi abuelo. Y ahora yo podía verlos juntos...seguían juntos aunque sus pieles se agriaban ya como manzanas hace mucho cortadas...y gritaban, pero ella gritaba como loba y él rogaba la piedad, como un cordero......recuerdo también –en otro momento del tiempo- la voz de la madre: “cuando estén juntos, todo estará cumplido y perfecto...debes obedecerle cuando él te llame...”       
    ..la tarde anochecida  en que lo hizo, yo me di cuenta de que estaba a mi
lado por que olía su olor; pero me sorprendió que fuera olor de miedo, en aquel hombre tan valiente, y que dijera: “yo voy a morir por esto, mi pequeña
Luisa...tu boca me va a matar; ya lo sé...pero es mi sino...”. ...entonces, veo
temblar su sexo rojo y con mi mano aprieto toda su extensión caliente...subo y
bajo mi mano;...y entonces él me acaricia la cabeza y, con delicadeza, me atrae
hacia él para pegarse más y para que mi boca se pegue a  eso...y muerdo, sin
daño, su carne y después comienzo a lamer, arriba y abajo. Y encuentro esa
urgencia de mi padre y muerdo con saña,...recuerdo que con saña –pero sin odio- y él sigue temblando como un pelele y su rostro está como dado vuelta y como quemándose como si fuera un cirio en la noche y grita con vagidos de niño pequeñísimo. Siento el sabor de su sangre, mientras huelo esa piel que es
también carne de mi carne y él comienza a llorar y a derrumbarse... ¿era esto lo
que quería ella...lo que él no dejaba hacerle...?. Durante semanas, permite que
lentamente lo devore. Ya queda poco, ya falta poco. Y habrá, acaso, terminado
todo...Y, de pronto, Luisa regresa a la calurosa siesta del presente, regresa
desde la luz fabulosa de la memoria,   y grita...y se pone de pie en el cuarto
pequeño de la casa pequeñaja de la calle Ancha y grita, aúlla casi, mirando con
enormes ojos a su hermana y sus hermanos...                            --¡
-Matarlos, matarlos matarlos…  matar a Antonio y a los suyos!.-Y repite el grito aún más alto –grito de cerdo herido, vagido de mujer que estremece la pocilga-, mientras aprieta, incrusta, entre sus secos senos un cuadrito con la vieja foto familiar, la única foto familiar…y bajando el tono les espeta con rabia sorda ¡si mi padre estuviera vivo…habría hecho lo debido…pero ustedes no son hombres…medios hombres son…piltrafas son…no tienen coraje ni vergüenza!...Y
murmura y rebulle y gruñe Luisa: siempre murmura,…enloqueciendo, tensando los nervios de los otros con su zumbazumba de rencor y odio. “No tienen lo que hay que tener…les faltan huevos…no hacen nada para responder a todo el mal que nos hicieron ellos…cobardes, mujerzuelas…!Pero ninguno de los machos de la manada se atreve a mirarla a  los ojos cuando murmura con ese rugir que quiere fingirse voz. Los hermanos comen en silencio, beben un poco del vino ácido y áspero, pisado por ellos mismos en el lagar de la huerta. Y tras la cena  se encaminan hacia una casona  polvorienta, medio despacho de bebidas, medio almacén rural, donde suelen atontarse un poco con el vértigo del truco y de la ginebra...Pero las mujeres, en cambio, apenas abandonan los oscuros cuartuchos de la casa. En
el tugurio rutinario del truco hace ya tiempo que les han hecho saber que no las reciben. Dolía  demasiado verlas y oírlas, especialmente a Luisa, verter rencor como un tósigo en cada oído próximo. Era su siembra vesánica...Y cuando los hermanos regresan, terminado el juego, vencidos de hastío; Luisa está emboscada en la penumbra que los difumina , para seguir machacándolos con su obsesión:
-“¿es que ustedes ya se han olvidado?, malditos débiles, borrachos…ya han
olvidado cómo ellos...ellos, esos mierdas  que llevan la sangre maldita de
Antonio... me hirieron con su  desprecio...¡qué vergüenza, Dios mío...cuando
todos lo supieron!...y para burlarse gritaban mi nombre y el de padre y, por
poco nos matan,  nos incendiaron las viñas y nos humillaron para siempre…? –les grita, escupiéndoles su odio e impotencia, su locura-,…¡y ahora tengo, tenemos que vengarnos...porque aunque papá y mamá  y ustedes me hicieron el daño,... todos fuimos humillados...vengarnos y matarlos …ay, Dios mío, matarlos…carajo, que para eso son hombres…!. 
         Y mana la terrible siembra mortal de su obsesión, el delirio que llueve, quejicoso y malvado , el derramamiento en los ojos de  los hombres de un agua negra y maloliente que cala hasta el corazón y el hueso, lluvia de peste que obnubila, siseo del demonio.    
       -¡Tienen que matarlos, carajo…!-.  Y Luisa se acuesta en su cama estrecha y dura y husmea al mal. Y besa imágenes que fueron soñadas para la piedad y el amor con besos de animal ávido. Y así vela , en el potro de su obsesión. Hace mucho tiempo ya que no duerme…desde que se marcharon del pueblo de Antonio.
Desde entonces todo es un mezquino caldo de confusión y de rencor...           
Mientras, el tiempo gira lentamente, asfixiantemente. El tiempo es laberinto
fantasmagórico...pero una mañana, el fluir se detiene por unos estallidos secos,
toses lúgubres: son los hermanos que tras la casa disparan al aire sus escopetas. Luisa se siente complacida y aterrorizada a un mismo tiempo,...un
goce que no comprende. Como hace mucho que ya no comprende bien casi nada…salvo, tal vez el odio. Y aquel estruendo la asusta pero la hace sonreír, torva en su imaginación. Los disparos arrecian y Luisa se pone a rezar. Es extraño, porque nunca rezan. Pero ahora, Ada se une a su hermana y ambas oran en un tono tenso,  insultante...   
        Y el tiempo gira, cada vez más lentamente, más cansino, como un animal enfermo. Como  enferman las cabras que ya nadie pastorea. Las pocas cabras que quedan de cuando vivían en la aldea...allá donde el odiado viejo muriera, donde empezó  la lluvia del odio. Ahora, no cuidan el rebaño y viven atónitos las horas , encerrados entre las voces de odio y el estallido de las escopetas acribillando el aire y el modesto vértigo del juego de cartas. Y como el rebaño, también yace su vida abandonada... después de huir de aquella tierra donde reposa el cuerpo más odiado, la carne terrible que la separó para siempre del dulcísimo ensueño de la carne de Antonio...carne y huesos  en esa tumba ocre,...maldita imagen que estalla en los sueños de Luisa. Y así, durante
días incalculables, enterradas en la tumba de la calle Ancha...encerradas bajo
el hedor del padre y de la madre, como viudas de sí mismas, las  hermanas matan sus horas en el  vértigo de imaginar venganzas, fantasmas entre el calor del verano y la fiebre de los sueños que apestan...sueños de Antonio entre la la luz adolescente de aquella mañana de la fiesta de la Virgen…
 Antonio tan hermoso...besando con sus ojos mi camisa celeste...mi rubor de muchacha…
            ...pero ahora todo está bien..se está bien la noche boca arriba y el día boca arriba, mientras me llevan en andas...porque ahora quiero volver...quiero que mi Antonio me vea...limpia, ya limpia para siempre...limpia con esta agua helada que me entra por el brazo y me inunda como si fuera luz...y me cura de aquella tarde ...y te perdono papá por ese daño...y te veo tan cerca y tan diáfano...con tus brazos abiertos como cuando yo era muy niñita y me  esperabas en la curva de los sauces para llevarme sentada en tus hombros hasta casa...que no te canses ya más papá...que no me canso –decías, riendo- porque soy un caballo...y yo chillaba de alegría, recuerdas, sintiendo la fuerza de la vida en tus poderosos hombros...
          pero...bebe ya del agua que me inunda, padre, bebe ahora...mete tu lengua en las ondas del reflejo...

 © carlosmamonde           
                                   
 

1 comentario:

  1. Es impresionante.
    Tantos misterios del alma que asoman la cabeza apenas rozando el momento de partida.
    No es locura...es tristeza.
    Toda una vida a medio vivir que quiere salir de la jaula fuera de la vida.
    Y ese perdón último de un corazón que bombea en la memoria...
    La redención del ser humano en su bondad...

    Impactante...

    Un placer sentarme a degustar humanidad .
    Besos

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