miércoles, 18 de mayo de 2011

La Zambullida

Por Michael Clemente
(Traducido por Carlos Mamonde y Michael Clemente)
Pete tenía quince años, y trabajaba como salvavidas en la piscina pública de Tonopah, Arizona.  Era la tarde de un miércoles y estaba vigilando la zona profunda, y estaba viendo, lo que veía a menudo…dos o  tres veces cada semana.  Vio a Jim.  Pete no sabía el nombre de Jim, pero lo reconoció y sintió la curiosidad familiar otra vez.    
Era un día de calor abrasador.  Cuando Pete miró a la piscina pudo ver el intenso calor agitarse como un vapor borroso a través del aire.  Las bombas viejas en la piscina traquetearon sumisamente enclenques, débilmente empujando adelante el agua insuficientemente clorada a una distancia corta en el aire.  Como antiguos guardianes perseveraron en vigilar y mantener al agua moviéndose, previniendo que, por su pereza, el agua hirviera.  El cuerpo de Pete brilló con el sudor y se deslizaba hacia adelante y hacia atrás en la silla plástica del salvavidas. Sintió una gota de sudor recogiendo la ayuda de las otras gotitas mientras bajaba lentamente por su espalda.
Jim parecía tener más de ochenta años.  Tenía el cuerpo como un globo sin aire, viejo y cansado y con los hombros desplomados.  Sus brazos y piernas estaban casi calvos, y el pelo que él tenía en su cabeza era escaso y gris.  Su pecho había cedido y tenía grandes ojeras por debajo de sus ojos apagados.
La razón por la que Pete reconoció tan fácilmente a Jim era debido a su uso inusual del único tablero de salto de la piscina.  Hoy, como en otros días, Jim pasó la mayoría de su tiempo zambulléndose.  Esperaba en una cola de siete u ocho niños; la mayoría eran entre seis y doce años de edad.  Los niños utilizaban sus saltos para tirarse con estilo o en clavadas, bombas, y panzazos.  Generalmente, había un muchacho más viejo allí: tenía trece años.  Él era el “héroe local” y podía hacer un giro en el salto.  Mientras que los niños esperaban impacientemente en la cola se empujaban, se pellizcaban, gritaban, y reían.  En medio de todo este entusiasmo boyante estaba de pie, constante, la figura encogida de Jim.  Esperaba pacientemente su turno, aparentemente inconsciente del caos circundante.  Cuando llegaba su turno, Jim subía laboriosamente las tres gradas al trampolín.  Una vez encima, se agarraba de los pasamanos junto al tablón y caminaba lentamente sobre él.  Sus pies, que eran revestidos por zapatos de goma, se movieron inestables, con pasos irregulares.  Una vez en el extremo del tablero de salto Jim se detendría brevemente por un momento.  Su cara triste  daría vuelta lentamente pero sólo un poco hacia la izquierda, y entonces se zambulliría en lo profundo.
Cuando se zambullía Jim, entraba hacia la escala que salía de la piscina.  Consecuentemente, Pete nunca lo veía nadar más allá de un movimiento enclenque, y éste sería solamente cuando él emergía en un momento erróneo.  Al momento en que él sacaba su cuerpo de la piscina los niños estaban muy impacientes por utilizar el trampolín; entonces se permitía solamente estar a una persona en la zona profunda.  Después de que Jim estuviera fuera de la piscina él emigraría lentamente al extremo de la cola, desde  donde él repetiría este proceso  una y otra vez.      


En una tarde solitaria en el septiembre de 1930, Jim asistía a su primer día en una nueva escuela primaria. Su familia se había mudado recientemente debido a la búsqueda de su padre por trabajo y Jim se halló no versado en sus nuevos alrededores; nada familiares. Durante la hora de almuerzo aquel día, Jim esperó en la cola en la cafetería su turno para comprar su comida. Mientras que los niños esperaban impacientemente en la cola, se empujaban, se pellizcaban, gritaban, y reían. Jim esperó su turno pacientemente, muy consciente del caos circundante. Cuando vino el momento de pagar, Jim se dio cuenta que no tenía bastante dinero para su comida. La pesada cajera empujó hacia fuera su gruesa mano y le indicó impacientemente cuanto le faltaba. El cuerpo entero de Jim se sentía caliente como si su cerebro corriera torpemente hacia un santuario. Después de un momento eterno, Jim, derrotado, bajó los ojos al mostrador. Fue entonces cuando vio otra mano acercar un poco de dinero hasta la cajera. Alzó los ojos y vio que un muchacho decía, “Aquí tiene señora, tome esto.” Y así, Jim encontró a Danny. 
            Jim y Danny se hicieron mejores amigos y entraron en la vida con el optimismo de la juventud.  Solamente años más tarde, se darían cuenta de su ingenuidad; aunque siguieron apoyándose mutuamente cuando los reclutaron juntos para luchar en la Segunda Guerra Mundial.  El 6 de junio de 1944 estaban en una lancha de desembarco LCVP, que los llevaba juntos a la playa de Omaha.
Jim y Danny estaban de pie, lado a lado, en la segunda fila de la lancha. Danny contra la pared izquierda y Jim directamente a su derecha. Los soldados estaban de pie en siete filas de cuatro hombres. 
El ruido era ensordecedor mientras que su lancha los llevaba a orilla. El cielo era oscuro y humeante y sus almas temblaban dentro de ellos. Mientras caía la puerta de la lancha de desembarco en el agua, se desató la visión completa del terror. Antes de que pudieran escaparse de la lancha, la primera línea de soldados fue masacrada bajo fuego enemigo.
La lancha se convirtió en un mar de hombres frenéticamente estrellándose hacia la orilla discordante.  De repente, Jim vio -como en pesadilla lateral- como Danny se frenó de un tirón invisible. 
Después del golpe de Danny, Jim dio vuelta contra la marea violenta de los hombres que empujaban hacia el ruido y sus ojos encontraron los de Danny. Hubo un repentino silencio mudo que sonaba violentamente en la cabeza de Jim mientras miraba en aquellos ojos.  La cara de Danny estaba envuelta en la soledad de la muerte.  Su cuerpo entero se sentía caliente, y su cerebro corría torpemente hacia un deseado santuario. Jim vio la suplica en sus ojos aterrorizados.
Pero Jim dio vuelta detrás, y se zambulló en lo profundo.


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