lunes, 14 de febrero de 2011

Al acecho donde algo podría reflotar

                                                        por Carlos Mamonde

“...y eres perseverante; te he visto sentado, al acecho donde algo podría reflotar. Y ahora pagas, sí, pagas con largueza”.EZRA POUND, “Portrait D’un Femme”.

         Paisaje: la secreta mecánica, la gravedad de la duna trabajando, semoviente, cohesionándose y relajándose bajo el sol agrio; arena orgánica bajo el sol, reverberando en la rompiente espejeante y, hacia arriba, hasta el infinito cielo, la plenitud del espacio que aplasta, encoge al hombre sentado, insecto contemplador de la playa.
         El hombre solo que extravía su alma en el voraz mediodía de la playa de Faro...tan lejos  de su casa de Alfama, del Mar de Palha, del descenso vertiginoso del tranvía hacia la Baixa lisboeta para ir a la rutina del trabajo en el colegio; tan riesgosamente  lejos de sus sitios cotidianos.
         Tiene el solitario la difusa sensación de sus nalgas aplastadas por la gravedad. Las nalgas lo adhieren, precariamente, al mundo de los sólidos, a la armonía de los sentidos.  Pero la arena le mortifica la carne: todo es calor y hormigueo. Y sin embargo espera, espera todavía. Erguido sobre el cráneo pelado de la duna, aguarda. Sobre la duna más alta se yergue su torso castigado por la arena.
         Estoy sentado sobre mi culo, en la arena;...mi culo, último contacto con lo real. Si cierro los ojos saldré lanzado hacia más allá de las luminosas nubes.¿Habrá allí una noche cenagosa...o será el sitial de los ángeles?. Debe ser ya más tarde de la una y media; tengo hambre. El hombre tiene unos treinta años. Espera. “El deseo que no se convierte en acción engendra peste...”. Eso lo cita Pessoa...pero es de Blake, recuerda. Mierda con la literatura. La consolación, mi larga consolación por la literatura... /...y su digresión se expande fuera de este relato/
...mira su sudor, mira el mar...esforzándose en su inmovilidad contranatura. Pero no es esta quietud igual a  acecho, potente y relajado, de los felinos. Tigre atento a presa husmeada. Es sólo impotencia...y desesperanza. Lo terrible es que aún puede ocurrir; lo insoportable es la posibilidad. Quizás, quizás, quizás...como en el bolero, ella vendrá; vendrá y se mostrará, con su cara de niña. Epifanía de la mujer. Mujer desconocida. ¿Invención de mi mente?... ¿esfinge en topless para una caricatura de descenso al infierno?...mi quimera absoluta...
...movimiento en el horizonte visual del contemplador: una muchacha alta, vibrante –acaso excesivo silencio en su entorno- aparece allá en el linde de la escollera sur y progresa hacia el contemplador por pequeños pasos, avecinándose, creciendo en la perspectiva ilusoria, emergiendo desde
el mar entre la crepitación ondulante de la arena, dibujando collares oscuros con sus huellas enfiladas en lo húmedo, hundiendo sus tobillos deslumbrantes en la orla del océano, en la zona crocante de valvas pulverizadas, incorporándose a la playa desde el silencio, viniendo hacia la luz ardiente como sorbida por mis ojos que esperan...
         Ayer  (o fue acaso el jueves) la desconocida se acercó a cierta distancia y lo contempló. El se dejó observar y la observó. Ella, como ya lo intuyen siendo apenas púberes, supo que la deseaba...pero no, no me desea; se va a morir. La mujer lo supo aunque la mirada del contemplador pareciera difusa, lanzada hacia otras personas en la playa; otras hembras anónimas que lanzaban sus líneas invisibles con tímidos anzuelos y crueles, eficaces, carnadas...mujeres bailoteando bajo el sol, procurando quizá secretas absoluciones de la generosidad del día.
         Absorta entre la gente, la mujer oyó la voz del silencioso contemplador que la miraba desde su atalaya de arena. Entonces sintió piedad y miedo. Y una cierta compasión de mala fe, que no logró evitar...y aprensión hacia la sombra muerta del hombre. Aquella noche en su hotel, soñó con ese hombre: quieto, caparazón abandonado, extraviado residuo que había escupido el océano...y soñó que podía entrar en el pecho del hombre como en una hornacina, una caverna ósea...y despertó asustada. Esa visión la ha ahuyentado, supo Miguel, nuevamente sentado en su sitio usual, cubierto de sudor y premoniciones, insectos del miedo que vivían en los huecos salvajes de la memoria.
         El tren de Lisboa acercó a Miguel a Faro a finales de agosto. En la arribada, Marita y Edu, abrasados por el yodo lo recibieron con amor y alegría, mientras se peleaban por hablar primero y decir y repetirle, exaltados, hace dos semanas que te esperamos y estás pálido –y risas-y estás pálido como un monje, o como un ángel dijo su prima Marita...y te perdiste los delfines, ayer vimos hasta siete delfines que iban hacia el sur...ven... nosotros no estamos muy lejos del centro de Faro...y el camping está bien...¿pero qué te pasa que pareces triste?...creíamos que te habías olvidado de nosotros y que ya no vendrías, Miguel querido...
         aaahhh, y te tengo una sorpresa, primito...se rió ella con todo el esplendor de su bondad y picardía; y entonces él vio por primera vez a la mujer que los acompañaba, tímidamente retrasada unos pasos del torbellino de la bienvenida: esta es Anastasia, mi amiga de Coimbra...y este es Miguel, mi primo, mi primito, mi hermanito ...que se pierde y no llega, pero al fin está aquí...venga, venga... vámonos a tomar unas cervezas...miren el camping está al otro lado del puerto de los pescadores, sí, está bien...vamos deja que te abrace...monstruo...

         -¿Griega...de modo que eres griega, Anastasia?-.
         ¡No, qué va...esas son fabulaciones de Marita; ya conoces a tu prima. Bueno, mi abuela, sí, era chipriota...pero yo soy de una aldea de Tras Os Montes...y llámame Ana, por favor...-.
         -Anastasia, Anastasia... ¿sabes que tu nombre quiere decir resurrección?-.
         Sí, por supuesto –se rió ella-, lo sé desde niña y todo el mundo se encarga de recordármelo...es mi cruz...
         ¿Mi resurrección, mi anastasia? Ojos negros de abuela chipriota...esos ojos mansos de vida tan sincera, ojos como los de Marita...
         ¿Por qué apareces, Ana, en esta hora de mi vida?...apareces como un rompimiento de gloria de la esperanza. Bastante claramente se que nada es tan simple, pero te he amado apenas verte...o no es amor sino otro artificio de mi pobre vida que  me dice sálvate, sálvate...todavía puedes...olvida el infierno de Cordelia... ¡Dios mío...ayúdame Anastasia!...que voy a morirme, pero...
         ...qué impostura de mierda, qué palabrerío de cobarde; ¿matarme? ¿matarme por la pérdida, el abandono desdeñoso de Cordelia?...pura queja de cagatintas, es cierto...y, sin embargo, al verte en la estación acaso fuera cierto que todo parecía cesar, que la fiera huía ante tu ser...
         ...no, no beberé más, Marita;  eu no desejo nenhuna cerveja mais, si faz favor,... fico obrigadinho,... dile Edu que no puedo más, convéncela...eres el único a quien esta salvaje escucha: estoy muy cansado, no han sido muchas horas de viaje, pero estoy muy cansado...ya sabes que me siento así desde que pasó todo, desde que Cordelia...
-Usted, hermano, no se haga problemas- dijo Edu-, porque su alojamiento ya está listo...y a ti y a Ana le hemos dejado la carpa más grande...me imagino que no les importará compartir la tienda, como buenos amigos...van a dormir mejor que en el Condestable de Faro, a pocos metros de la playa, arrullados por el oleaje...
         ¿Cómo te he llamado?, pensó,...¿salvífica?,¿Ana salvífica?...¿acaso duerme allí, en tu materia desconocida, la palabra que me dirá: calma, confía...¿lograrás atenuar el misterio banal que me desquicia y podré respirar?...ser en la paz que tuve en la órbita de Cordelia...cagatintas sacrificado en el ara de Cordelia. “No tener amores imposibles, sólo posibles”; releer a Pavese. Comienza a lloviznar en Faro y en el alma. Viento racheado del mar. Hacia las ocho, la luz decadente se cierra.
Y la tormenta crece, obviamente sinfónica...tenemos las tiendas del camping agazapadas, embozadas al abrigo de un pinar, árboles desolados que tiemblan...un paisaje de vegetales negros en las rachas, espejeantes, negros en la deflagración del agua, esputos de arena y melcocha de algas y el trueno lejano, cercano, y el toro del mar polisíndeton ulula en yyyyy...se tensa la lona, plañe...relámpagos que acuchillan el horizonte líquido...y
la bella alegría de Marita en los espasmos del amor. No quiero oírlos pero están allí, a un metro, al otro lado de una lona aterida...Edu y Marita y su romanticismo de adolescentes: hacer el amor bajo la lluvia...esto es pueril...¿piensas lo mismo, Anastasia, mientras me miras, acurrucada en un rincón de la tienda...hasta que hora nos protegerán las palabras...?. Y, para colmo, no veo en ti los callos del amor.
trato de imaginarme como si fuera ajeno y estuviera contándolo otra persona y yo fuera otra persona que oye el mensaje...y ve el relato de lo inmediato, de lo futuro, segregándose desde el silencio como un tumor entre ambos, una excrescencia que nos une y separa, que es tejido conectivo y enfermedad terrible, que es mera habilidad en la descripción de rasgos circunstanciales...esa última frase es de un poeta de sangre lusa, dices...a quién te refieres, pregunto sorprendido...y estallas de risa y te burlas: de Borges, de Jorge Luis Borges...a que no lo sabías...y es bueno que te burles de mi pedantería pueril...

Miguel acarició la cara de Anastasia, se detuvo morosamente en las medialunas de sus pómulos, obsesionado por el hueso intocable. Y piensa: no te entregues que no hay bondad en mí; pero ven...ven que te necesito...acaso comprendes también que si nos degradamos, el mundo se degrada; si fulgurásemos por un instante, la existencia se iluminaría. Mis ojos de hace cinco años, antes de Cordelia, hubieran merecido el calor de tu pecho o esa sombra que se quiebra en tu flanco, abraza tus costillas. Pero este incesante pensamiento es locura, es la corrupción del  deseo. Debiera callar como callas y, en silencio, unirme humildemente a tu abrazo tan hondo; Ana, gracioso don. Pero se trata de Cordelia, de la peste de su memoria que ocupa todo el aire posible. Con Cordelia avizoramos la posibilidad de bastarnos para siempre. Entre ambos nos creábamos mutuamente, como mutuos esclavos. Como hambre y antropofagia. Debiéramos amarnos sólo genitalmente, como dos animales, sin perturbar con fábulas morales la soledad de la vida. No, Anastasia, no lo digas; no repitas lo que pienso...tonterías, fantasmas de un imbécil que interroga a la nada y
sólo siento vergüenza ante tu entrega...¿por qué lo has hecho?...y de nuevo nos violamos...en el intenso simulacro...

Escampó con el alba y, con un termo de café, Miguel se fue, huyendo, alejándose del abismo ya en calma. Una ligera niebla venía desde la rompiente a confundirse con el aliento de los que aún dormían en el sopor de las tiendas. Se alejó, orillando el mar, mirándolo enajenado. Su tensión parecía centrarse en sus pulmones: imaginaba que allí estaba el estigma, la flema del envilecimiento que ni Anastasia ni nadie podría comprender. Hacia la madrugada, había comprendido que no soportaría el verla despertar, enfrentarse, ensayar las palabras que explicaran los actos ¿existen las palabras?. Cuando la dejó, ella dormía sin crispaciones aparentes...esa conjetural paz del cuerpo femenino a él le parecía que lo lo degradaba hasta un profundo estado incomprensible de vesania. Porque en el corazón de Anastasia no parecía existir ninguna escisión como la suya; ella vivía en la misteriosa gracia de la unidad original. ¡Cuántos, cuántos años he tardado en encontrar este ángel!-se dijo Miguel-, ¿tardíamente ya? Y todo este tiempo ella ha vivido siempre en la zona que perseguíamos con Cordelia. Y ahora que he llegado hasta allí con mi alma, comprendo que es incomunicable. Y tu vecindad, Anastasia, ahora me afantasma, me disgrega... ¡necesito alguien inacabado que me salve...alguien precario y pequeño...!.
Trató, más tarde, de concentrarse en la observación de la mecánica tarea de dos pescadores solitarios. ¿Quiere probar un rato con la caña?, le ofreció uno de ellos, pero Miguel agradeció y se abstuvo. Se quedó, en cambio, un rato observando los ojos emocionados del pescador más viejo, tenso y al acecho de lo posible. El mar estaba picado pero, acaso, no le negaría, en cualquier momento, la deslumbrante contorsión de un pez.
En otro momento del tiempo, el hombre continuó sentado sobre el calor de la duna, esperando. Había resuelto, dubitativamente, aguardar la aparición de la desconocida...
...¿existe esta nueva mujer? ¿otro telón pintado de mi deseo?...pero la subjetividad no tiene nada que ver con ella...está allí afuera, es material, vive...mejor callar y no pensar más, no pensar...por favor, Dios mío haz que                                                                                                                                                                                                                   exista allí, en el horizonte de esta playa...¿ pero, qué digo: un dios preocupado por mi corazón pusilánime?...¿mitologías reconfortantes?...pero sé que es verdadera, apostaría a que es verdadera...pero, esto es un escándalo de la razón...
         ...y estoy sentado aquí sobre la arena...la arena en mis nalgas, mi último contacto con lo real...si cierro los ojos volaré lanzado hacia más allá de las nubes, más allá de la apariencia de la luz; ¿más allá de esta sucia ciénaga...puede acaso trascenderse la ciénaga?
         Miguel, sudando, espera. Allá viene, por fin, la joven desconocida. Se la ve pequeñísima, recortada en la distancia sobre el vaivén del mar. La desconocida, acaso la inexistente más allá de mi mente...¿es ella otra digresión del deseo...es ella también la salvación fuera del mundo de Cordelia?. Puedo identificar su bikini blanca, plata sobre la terracota de la carne...su carne, portadora de la esperanza...¡mierda, me había prometido no pronunciar jamás la palabra es-pe-ran-za! .¿Cuál es tu nombre, me pregunto, mientras te avecinas entre el silencio desierto de la playa, bajo el sol cenital, moviéndote en el teatro fantasmal de mi deseo?. No puedo verte la cara porque el pelo te vela y la distancia aún...si pudiera amarte ¿cómo soportaría esa radiación de nácar que sube desde la arena hacia el pudor de tus muslos? (¡kitsch, esto es kitsch...impotente basura verbal!). Pero la he visto, sí...realmente viene...es que la oculta transitoriamente ese estúpido pinar...
         El hombre aguarda con una paciencia de residuo. ¿El horizonte cae tan lejos que la desconocida, la tan esperada en este día sin Anastasia, sin nadie ya...la desconocida no acaba de llegar?. Hacia la hora de la siesta, el bochorno, el miedo, el hambre, lo quiebran. Enfermo, se yergue y comienza a regresar hacia el camping. Pero todo está desierto. Desde la mañana, Edu y su prima lo buscan por el pueblo, por las colinas, por las playas; inútilmente. ¿Por qué pensarían que yo podría estar, tal vez, en la playa...como un turista frívolo? ¿yo soy eso?...¿no saben ya, acaso, que Anastasia se ha ido...que a esta hora su coche ya correrá más al norte de Setúbal, que ya arriba a la desviación de Terreiro do Paço, que se pierde en las calles del bairro do  Estrela.
         Me lavo la cara, el cuello; me empapo bajo el chorro helado de la ducha. Anastasia se ha ido. Busco mi bolso de viaje. Anastasia se ha ido.¿Qué vino a hacer esta mujer...por qué llegó una noche, desde el ruido de Lisboa, a acurrucarse junto a mí, bajo la lluvia del Atlántico, en el alveolo vacilante de nuestro refugio de lona?.
         Pero, debo regresar también,¿acaso debo?. Anastasia no ha muerto, anastasia/resurrección está viva: tiene un apellido, una casa, un teléfono en la vastedad anónima de la ciudad, pero... ¿y si sólo fue un simulacro, un simulacro?...y tú ,Ana fuiste débil, fuiste tan débil como yo mismo ¡qué injusto, qué basura que soy! Y al final la maldición de Cordelia nos ha separado, también ha podido con nosotros y ha prevalecido sobre la alianza de nuestros corazones y aún sobre las alucinaciones de la desconocida. Sobre todos los atajos de huída ensayados por mi a lo largo de estos años. Ni la súplica ni  la blasfemia morigeran su peste. Y esto me duele...aunque no sé por qué, cuando ya nada vale.
 Queda, por cierto, la vieja tentación del suicidio...
         ...pero es tan grotesca esta pose frívola de cagatintas: flirtear con la muerte, que no es una mujer...

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